En uno de mis primeros trabajos conocí a Rodríguez. Rodríguez se autoproclamaba de izquierdas ("pero de izquierdas de verdad no como estos maricones de socialistas") y sindicalista. Era un trabajador pulcro e impecable en su trabajo. Su mesa siempre limpia y ordenada. Completaba su trabajo cada día (y no porque fuera poco) y después se brindaba a ayudar a los compañeros. En una ocasión, mientras yo peleaba con el caos que se acumulaba en mi mesa me dí cuenta que estaba mirándome, con la mano sobre la boca y rostro serio.
- ¿Sabes cuál es tu problema compañero?
- ¿?
- Tu problema no es que no te esfuerces sino que no sabes trabajar porque nadie te ha enseñado.
Y se sentó conmigo la última hora de su jornada laboral y me enseñó cómo hacer mi trabajo eficientemente.
Tras unos días de repetirse esto el jefe de la oficina se acercó a nosotros:
- "Rodríguez ¿que haces que no estás en tu mesa haciéndo tu trabajo?"
- "Mi trabajo está terminado, como cada día".
- "¿Y qué haces entonces?"
- "Estoy enseñando a este chaval a trabajar, que es lo que tú tendrías que estar haciendo".
- "No me toques los huevos, no me toques los huevos", respondió el jefe marchándose a su despacho (demostrando que Rodríguez tenía razón).
Aquí vino un silencio espeso, tenso, que Rodríguez rompió para decirle al cuello de su camisa:
- Claro que para eso, primero tendrías que aprender tú.
En otra ocasión me dijo:
- "Aprende deprisa, chaval, y trabaja duro, porque si algún día te tienen que echar de la empresa, que no te echen como un gilipollas inútil". Ante mis protestas por sus palabras me respondió:
- "Mira chaval, yo soy sindicalista y como tal hay dos cosas que no puedo ver: la primera que un jefe o un empresario abuse de un trabajador, porque eso perjudica a ese trabajador; la otra, que un trabajador haga mal su trabajo, porque eso nos perjudica a todos los trabajadores".
Rodríguez hablaba con frecuencia del orgullo que el trabajador siente por el trabajo bien hecho.
Lo último que supe de él es que le habían nombrado jefe de departamento en una importante compañia de seguros, muy cerca de su domicilio. Después perdí su pista y no volví a saber de él.
Además de hacer bien su trabajo y de no tener pelos en la lengua, Rodríguez era un hombre alegre y solidario. Guardo de él un entrañable recuerdo.
- ¿Sabes cuál es tu problema compañero?
- ¿?
- Tu problema no es que no te esfuerces sino que no sabes trabajar porque nadie te ha enseñado.
Y se sentó conmigo la última hora de su jornada laboral y me enseñó cómo hacer mi trabajo eficientemente.
Tras unos días de repetirse esto el jefe de la oficina se acercó a nosotros:
- "Rodríguez ¿que haces que no estás en tu mesa haciéndo tu trabajo?"
- "Mi trabajo está terminado, como cada día".
- "¿Y qué haces entonces?"
- "Estoy enseñando a este chaval a trabajar, que es lo que tú tendrías que estar haciendo".
- "No me toques los huevos, no me toques los huevos", respondió el jefe marchándose a su despacho (demostrando que Rodríguez tenía razón).
Aquí vino un silencio espeso, tenso, que Rodríguez rompió para decirle al cuello de su camisa:
- Claro que para eso, primero tendrías que aprender tú.
En otra ocasión me dijo:
- "Aprende deprisa, chaval, y trabaja duro, porque si algún día te tienen que echar de la empresa, que no te echen como un gilipollas inútil". Ante mis protestas por sus palabras me respondió:
- "Mira chaval, yo soy sindicalista y como tal hay dos cosas que no puedo ver: la primera que un jefe o un empresario abuse de un trabajador, porque eso perjudica a ese trabajador; la otra, que un trabajador haga mal su trabajo, porque eso nos perjudica a todos los trabajadores".
Rodríguez hablaba con frecuencia del orgullo que el trabajador siente por el trabajo bien hecho.
Lo último que supe de él es que le habían nombrado jefe de departamento en una importante compañia de seguros, muy cerca de su domicilio. Después perdí su pista y no volví a saber de él.
Además de hacer bien su trabajo y de no tener pelos en la lengua, Rodríguez era un hombre alegre y solidario. Guardo de él un entrañable recuerdo.
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