Tengo que confesarlo.
Cuando era mozo, me gustaba mucho el júrgol. Sí, el júrgol, que no ese espectáculo de fieras llamado fútbol. Yo me refiero al júrgol, ese deporte que se jugaba en mi pueblo, a caballo entre la 1ª Regional y la 3ª División Nacional y en campo de tierra, o para mejor decir, de arenilla, donde los jugadores se despellejaban vivos cada vez que, tras una zancadilla del contrario, caían al suelo. Porque en condiciones normales, es decir, sin mediar infracción, los jugadores habían aprendido a frenar deslizándose, como los patinadores.
El "júrgol" era un acontecimiento. El campo estaba en la parte baja del pueblo y desde la sierra bajaban pequeños grupos de personas que se iban juntando a modo de arroyos hasta converger en el rio de público que se formaba en la carretera de Mora. Algunos, los menos, bajaban en automovil, pero para eso había que ir temprano para poder encontrar una cuneta donde estacionar. Los que salían tarde, se encontraban ya con un tropel de gente que impedía cualquier avance. Caminando hacia el campo siempre te solías encontar a alguien, menos aficionado que te decía: ´
- "Buenooo, ¿"ande" vas?, ¿al "jurgol"?"
- "Si, al futbol vamos", respondía alegre.
Y a la vuelta:
- "Bueno, ¿ya "vies" del "jurgol"?"
- "Sí, de allí venimos", normalmente más apesadumbrado, bien porque la vuelta era cuesta arriba, bien por haber perdido y con frecuencia por las dos cosas.
Ese campo de arenilla era una gozada. Era pequeño, con las medidas justas para ser reglamentario. Estaba rodeado de una valla de chapa con los anuncios de los patrocinadores, que si la Caja Rural, que si el fabricante de aceites, que si la agencia de seguros... Y este cerramiento de chapa otorgaba una característica muy especial al campo ya que el público para animar al equipo voceaba, pero para celebrar las mejores jugadas, en lugar de aplaudir, golpeaba la chapa con todas sus fuerzas, provocando un ruido ensordecedor. Y el público estaba cerca, muy cerca. Tan cerca que en una ocasión un espectador, protestando una decisión arbitral, echó medio cuerpo por encima de la valla de protección gritando: "Pero....áaaaalbitro", sin reparar en que, en ese preciso momento, venía corriendo por la banda el juez de línea que, como venía mirando al campo, tampoco se percató y chocó con el espectador (quien, al parecer, tenía, y tiene aún, la cabeza muy dura y no tenía costumbre de usar boina, que habría amortiguado el golpe), perdiendo el conocimiento por el impacto y cayendo aparatosamente al suelo. Costó muchísimo convencer al árbitro de que no se trataba de una agresión, sino de mala suerte. A fuer de ser sincero, esta proximidad del público al campo imponía mucho respeto, lindando con el acojono, tanto al equipo contrario como al trío arbitral, lo que muchos decían que probablemente influía en el resultado aunque esto nunca fue constatado ni científica ni estadísticamente hablando.
El campo tenía orientación Este-Oeste y la grada (si se puede llamar así) era un poyo de hormigón que se extendía a lo largo del lateral Norte. Ahí se sentaban los espectadores más serenos, cara al sol (con perdón). Los espectadores más activos y belicosos se amontonaban a lo largo del lateral Sur, de pie, lo que prácticamente inutilizaba esa banda para el ataque contrario porque daba miedo ir a ese lado del campo. El marcador, detrás del fondo Sur, era una construcción de ladrillo y cemento, "jalbegá" con cal, con dos huecos rectangulares debajo de las leyendas, "LOCAL" y "VISITANTE". Un niño era el encargado de colocar en los huecos unas tablas de madera con los números del 0 al 9, para indicar el resultado: los goles del equipo local, en negro; los del visitante, en rojo. De vez en cuando el niño se aburría y se asomaba por el hueco del marcador, o ponía un 7 en el casillero local, lo que era muy celebrado por la concurrencia y en ocasiones, provocaba lamentos de algún rezagado.
Aquel campo tenía algo especial. Pero en un momento dado se dio la norma de que todos los campos de Tercera División debían ser de hierba. Y como el equipo del pueblo tenía aspiraciones, pues había que construir un campo de hierba. Y con financiación de... ya no me acuerdo de donde...se construyó un campo espectacular, "con un sistema de drenaje que no lo tiene más que el Santiago Bernabeu y nosotros...".
Pero el nuevo campo no es lo mismo. La grada está en un lateral y está elevada respecto del nivel del terreno de juego y hay una barandilla de separación y el espacio necesario para hacer una pista de atletismo (que no se hizo en los muchos años en que yo estuve en el pueblo, y no tengo noticia de que se haya hecho después, pues parece que el tenis, el baloncesto, el voley playa y hasta el padel tienen preferencia sobre el atletismo, y eso a pesar de que hemos tenido dos campeones nacionales junior). Esta disposición tiene la ventaja de que el juego se ve mejor en su conjunto, y la desventaja de que se vive mucho menos por no haber esa proximidad público-jugadores del campo de tierra y también que, de esta forma, el "aaalbitro" ya no se asusta tanto. Pero lo peor del campo nuevo es el frío que hace en invierno, porque el campo tiene orientación más o menos Norte-Sur y la grada está al Oeste, por lo que en la grada, por la tarde, no da el sol (a ver con que culo se pensó esto).
Pero no todo son desventajas, oiga. Que la acústica es fenomenal y se oye todo lo que dices. Había un tipo bastante cargante que iba al campo fundamentalmente a insultar al colegiado. "Aaaalbitro, cab..., aaaalbitro, hijo de...". Hasta que llegó su hora en un partido en que tras insultar al arbitro recibió un bofetón de una señora que estaba delante de él, que resulto ser...la madre del árbitro. El público se rió mucho, el tipo se sentó y no dijo ni pío en lo que faltó de partido.
También se escuchaban muy bien las canciones: Los chavales cantaban: "Oooooh veruno, oyeme veruno bien, waré, waré, waré makumbá watasí. Achiruguí, achiruguí, bien, coño bien". Y los mayores se decían:
- "Se ve que los jóvenes ya hablan tos inglés".
Y esa otra, con un puntito de mala leche que cantábamos cada vez que un contrario caía lesionado: "Ay, ay, ay, ay, canta y no llores....."
A mí me gustaba animar mucho y mi potente voz se oía en todo el campo. Y era capaz de ver bien el juego. En un partido me pareció evidente que el defensa lateral izquierdo del contrario era un poco torpe, a pesar de lo cual, seguíamos cargando el juego sobre la banda izquierda, donde estaba su mejor defensa. Yo no hacía más que gritar:
- "Tomás, abre a la grada". Y ni puñetero caso: Tomás centraba al lado más alejado del público, donde se perdía el balón.
- "Tomás, abre a la grada, créeme que es mejor". Y Tomás pasaba el balón al centro, donde lo interceptaba el contrario.
- "Tomás, no seas incrédulo, abre a la grada". Y Tomás abrió por fín a la grada, donde estaba el extremo solo, quien avanzó hasta la esquina y centró un pase perfecto a la cabeza del delantero centro, quien remató un precioso gol cerca de la escuadra derecha. El gol se aplaudió mucho y cuando se hizo el silencio grité:
- "Tomás, porque has visto has creído, dichosos los que creerán sin ver".
Durante el resto del partido Tomás jugó más hacia la grada, lo que el público agradeció mucho, pues aunque no se consiguieron más goles, por lo menos el juego se vio más de cerca.
Me reí mucho en un partido de Tercera División nada menos que contra el Puertollano Industrial. El Puertollano trajo un grupo de seguidores que llenó un autobús de sesenta plazas, comandados por una señora gorda con un bombo. ¡La tabarra que dio la señora con el bombo!: "Puerto, Puertooooo" - bum, bum - "Puerto, Puertoooo" - bum, bum-. Nos tenía a todos la cabeza loca. No se si fue por ver si callabamos a la gorda, el equipo del pueblo jugó el mejor partido que yo he visto en ese campo, ganando cuatro a cero. Pero la señora habría acomplejado a Manolo ( Al final, alguien se burló de la señora gorda y ésta lo persiguió por toda la grada sin soltar el bombo y enarbolando la maza. ¡Daba auténtico miedo!
Era mi costumbre también decirle "cosas" al áaaaalbitro.
- "Árbitro, se valiente".
- "Arbitro, no seas inmaduro".
- "Árbitro, no estás siendo consecuente".
- "Arbitrooooooooo". El pobre colegiado, ya desesperado mira en mi dirección, con cara de, "a ver que va a decir éste". Y entonces le digo: "Árbitro, todos somos contingentes, pero tú eres necesario". Y entonces se ríe, se relaja y nos pita dos faltas a favor. Y al final del partido, después de habérmelo pasado criticando todas sus decisiones, me pongo encima del túnel de vestuarios y le digo: "Árbitro, has pitado bien". Y el árbitro mira hacia arriba y se le escapa: "Tú, tú eres un poco cabrón, ¿no?. Y nos reímos los dos.
No faltaron energúmenos, que no todo era de color de rosa. En una ocasión un "aficionado" vuelve a su casa después de que su equipo perdiera "por culpa del árbitro" y se encuentra a su mujer sangrando de una mano en la cocina: se había cortado al abrir una lata de conservas para el aperitivo. Inmediatamente se van al dispensario médico y allí se encuentran con el árbitro, todavía vestido de negro, con una magulladura en la barbilla: le habían dado una pedrada. La señora se interesa por lo ocurrido y el árbitro cuenta que "parece ser que alguien ha dicho que, se podría aprovechar que no está la pareja (de la Guardia Civil, se entiende) para ir por el árbitro, y ya ve usted lo que ha pasado". - "Desde luego", dice la señora, "que en este pueblo son unos bestias, ¿verdad cariño?"
Y girándose se encuentra a "cariño" con la cabeza gacha, mirando de reojo y musitando un leve "si, es verdad". Quiso la casualidad que "cariño" fuese el que dijo que la Guardia Civil tenía esa tarde mejores cosas que hacer. O sea, el "autor intelectual" de los hechos. Desde entonces la Guardia Civil no se pierde un partido, así se esté quemando la sierra.
Recuerdo el ambiente del "jurgol" como una experiencia agradable, los aficionados iban, en general, al campo a divertirse, gastaban bromas, contaban chistes, se relajaban un poco, se comían una bolsa de pipas de a kilo, lo dejaban todo pringandito de cáscaras, trasegaban un bocadillo de tortilla o de chorizo y un cubatita o un "solysombra" en la cantina del campo y se iban para casa más contentos que unas pascuas, tanto cuando se ganaba como cuando se perdía. Desafortunadamente el fútbol, con tanto partido televisado y tanto peiperviu y tanto dinero detrás, es una competencia desleal para el auténtico "jurgol", que está condenado a desaparecer.
Así que, si de verdad le gusta el espectáculo, déjese de televisión de pago y váyase al campo de "jurgol" de su pueblo (todos tenemos un pueblo, por muchos años que vivamos en la capital), y disfrute de ese ambiente en donde las cosas son todavía auténticas. Pero, por favor, dé buen ejemplo, diviértase y haga que se diviertan los demás, quizá eso impedirá que el noble deporte del "jurgol" se convierta en el asqueroso espectáculo del fútbol.