sábado, 20 de agosto de 2011

203. Movimientos de cadera. Movimiento número 1.


Eran las 10 de la mañana y lucía el sol (cosa rara en este verano que nos ha salido malo, malo). Salía de casa con el automóvil cuando observé un grupo de seis hombres, acodados en las mesas altas de la terraza de un bar ("la terraza está reservada para los fumadores" y aunque el acceso no está restringido a las mujeres, es como si lo estuviera), mirando todos en una dirección. Cuando hay muchos hombres con el codo apoyado en una terraza de un bar mirando en una misma dirección solo puede ser por un movimiento de cadera: la de un delantero de futbol o la de una mujer espectacular. Y a las 11 de la mañana,  no hay partido.

Imagínensela. Larga como un día sin pan: yo diría que frisaba los ciento ochenta centímetros de altura. No me paré a tomarle las medidas pero estaba bien proporcionada (estaba mu güena, que diría mi padre). El cabello negro suelto (aquí se nota que las tropas españolas estuvieron muchos años en Flandes del Sur con poco que hacer, no como en los Países Bajos donde tuvieron que atarse los machos), vestido negro ceñido marcando cada curva y tacones imposibles (imposibles para usted y para mí, que ella los llevaba con mucho estilo). 

El movimiento de su cadera iba provocando oscilaciones de cinco grados en el eje de las mesas de la terraza antes mencionada, además de miradas cómplices y soplidos de admiración mientras ella descendía la ligera cuesta, camino del Ayuntamiento. A más de uno se le ocurrió en ese momento que tenía que pagar la contribución o pedir un certificado de buena conducta.

Yo conducía en la misma dirección que ella caminaba. Había observado la escena de la terraza del bar y ahora veía la causa. Vi la oscilación de sus caderas y me vino a la cabeza el concepto del "movimiento armónico simple" y también aquel compañero del Cisneros de quien decían que era capaz de demostrarlo haciendo oscilar su pene). Al llegar a su altura recordé a mi profesora de reflexología podal cuando describía la importancia de observar el cuerpo de los pacientes para descubrir cambios en la textura, la coloración, la elasticidad, la temperatura o la humedad de las distintas partes del cuerpo. En concreto, nos habló de que se podía observar que algunas partes del cuerpo puede parecer "más viejas" que otras, habitualmente los "extremos" (pies, manos y cara) del cuerpo y que habitualmente son las que antes envejecen porque es en los "extremos"donde se acumulan las toxinas que nuestros órganos de eliminación no son capaces de procesar, pero que también se podían observar diferencias entre la parte derecha y la izquierda del cuerpo, entre la parte superior y la inferior, entre la parte media y la parte externa y, por último, también entre la parte trasera y la parte delantera. Este último caso lo describió con el refrán holandés "Van achter lyceum, van voren museum" (por detras liceo, por delante museo). Pues la señora en cuestión habría sido un buen caso de estudio para nuestra clase...supongo que ya se imaginan por qué.

Y sin embargo, por aproximadamente el intenso minuto que tardó en recorrer la calle hasta que los levantadores mañaneros de vidrio en barra fija y yo la perdimos de vista, nos olvidamos del hambre en Africa y de la crisis económica y de las inundaciones de ayer que dejaron medio país en barbecho y cuatro muertos y cientos de heridos en un concierto.

¡Y es que no tenemos remedio¡

3 comentarios:

  1. Yo pensaba que la historia iba a terminar con un golpe contra la farola...
    Si es que, para bien o para mal, somos "asín".

    Un abrazo

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  2. @ Kikás. Guarro no, animal de sangre caliente sí. Y mirar nunca hizo daño.

    @ Javier. La única vez que me dí con una farola por mirar donde no debía ya lo he contado en una entrada anterior. No fue mi admiración por una mujer sino por la habilidad de un holandés en bicicleta.

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