Le doy a mi hijas de dos años leche desnatada y lloran inconsolablemente. Después reciben leche entera biológica y la beben con fruición.
Aunque tenían hambre, no estaban dispuestas a comer, a priori, ese mejunje blanco que algunos llaman leche.
Querían leche de verdad y sabían identificarla.
Parece que, al menos, una parte de mi trabajo como padre ha dado sus frutos.
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