Esta entrada contiene lenguaje adulto.
Dice Peter Adriaenssens que "es el trabajo de los padres el dar a sus hijos ciertas normas y ciertos valores. Y como todos los trabajos, no ofrece resultados inmediatamente. Pero no intentes empezar cuando tu hijo tiene catorce años porque entonces ya es tarde".
Ya. Otro inventor de la pólvora. Y, sin embargo, parece que el número de padres que no se ha enterado de esta verdad de perogrullo es tan alto que ya ha surgido la primera generación de padres que tienen MIEDO de los adolescentes. Los adultos se sienten impotentes hasta el punto de que algunos solicitan la intervención de la administración o de los jueces para que se hagan cargo de sus hijos, "porque no pueden con ellos". El cabo de la Guardia Civil de mi pueblo, que no llega a los sietemil habitantes me dijo en una ocasión que había dado curso desde que estaba en el puesto a más de cien denuncias de hijos hacia sus padres por los más variopintos motivos. ¿Son los hombres y mujeres de mi pueblo tan poco razonables o tan violentos con sus hijos?.
Y este miedo de los padres a sus hijos se ha contagiado a toda la sociedad. Un chaval de catorce años se puede subir a un tren sin pagar, poner la música a todo volumen y darle un puñetazo al revisor que intenta cobrarle y los adultos presentes lo verán y mirarán para otro lado. Mi abuelo y mi padre no lo habrían consentido jamás. Pero es que mi abuelo hizo la guerra civil y quizá se habría alistado en la División Azul ("voluntario, a la fuerza", que decía mi tío H. que sí fue a la Unión Soviética) si no hubiera tenido que cuidar de cinco viudas y doce huérfanos y mi padre la mili en África en un cuerpo de élite. ¿Era por eso? ¿O se trataba de otra cosa?.
Las situación de los adolescentes puede cambiar siempre y cuando asumamos nuestra responsabilidad como adultos y demos ejemplo, tengamos comprensión y seamos valientes y educados.
1. Dar ejemplo. Porque es muy difícil pedir a un adolescente que se comporte si:
- sus padres con dos copas, o conduciendo un coche (o conduciendo un coche con dos copas) se comportan como gamberros.
- para corregirlo, tratamos al adolescente con desprecio o lo insultamos en plan: "Oye, niñato capullo, ¿bajas la música de una puta vez?". Incluso yo, a mis cuarenta y dos años, me pondría desafiante.
2. Comprensión. Porque aunque tenemos la idea de que un adolesctente de quince o dieciséis años porque mide más de un metro ochenta y pesa noventa kilos ya es un adulto, en realidad esto no es así. No todo el cerebro está desarrollado en la misma manera: la zona que controla el comportamiento impulsivo y que envía reacciones inestables es mucho más poderosa que la zona que produce sabios razonamientos (en muchos, este equilibrio de fuerzas se mantiene bien pasada la treintena). Eso sí, comprender no significa tolerar. Por la misma razón que comprendemos lo divertido que puede ser para un niño tirar al suelo un jarrón para ver como se desintegra pero no se lo permitimos, igualmente el entender lo poderoso que se puede sentir un adolescente que amenaza a un profesor o lo dificil de controlar que es el impulso hormonal que lleva a intentar forzar a una compañera a tener sexo, no nos puede llevar a consentirlo.
3. Ser valientes y educados. Si nos sentimos impotentes o tenemos miedo esto genera también miedo en nuestros adolescentes. ¿O no tendrías miedo tú, como adulto, de una sociedad en que quien tiene que poner orden, tuviera miedo? Una palabra amable, dicha con respeto, pero con firmeza y sin temor, puede ir más lejos que una regañina mezclada con insultos, que deja entrever que levantas la voz para asustar a tu propio miedo. En esto, el modelo es el de Mahatma Gandhi. No puedo decir que Gandhi no tuviera miedo, es que morir le daba menos miedo que vivir bajo la represión. Otro tanto podemos pensar los adultos en esta relación con nuestros adolescentes. La tiranía actual de los adolescentes es tan intolerable como la tiranía del Imperio Británico sobre la India.
Y la solución es la misma.