martes, 16 de febrero de 2010

157. "Ataque nocturno"

Que no me digas si fueron los hutu o los watusi, si fueron los negros altos o los bajos, si los requemaos o los tostaitos, si los que tenían más de diez cabezas de ganado o lo que tenían menos, si los ganaderos o los agricultores. En realidad, importa poco, así que les llamaré los "unos" y los "otros".

Esa mujer, misionera de origen "uno", lo cuenta hablando en francés muy despacito: 

"Aquella tarde vinieron los otros y mataron a algunos hombres. A los que no mataron se los llevaron para  torturarlos a ver si así les decían donde nos habíamos escondido las mujeres y los niños".
"Nadie sabía que hacer, hasta que yo, que estaba preñada de ocho lunas, dije que teníamos que ir a rescatar a nuestros hombres. Me dijeron que si estaba loca, que qué podían hacer unas pocas mujeres y  algunos chicos contra cientos  de hombres armados con machetes. Yo dije que iríamos al caer la noche, aprovechando la oscuridad y que los otros seguramente estaría celebrando la "hazaña" de la mañana. "

"Cuando oscureció, veinte mujeres nos aproximamos a la cerca donde habían encerrado a nuestros hombres. Inmovilizamos al único guardián que habían puesto, tan seguros se sentían de sí mismos. Liberamos a nuestros hombres, provocamos un incendio en una casa cercana para distraer la atención y huímos rápidamente. Pero alguien nos vió y dió la voz de alarma. Un grupo numeroso de hombres nos persiguió. Todos lograron escapar, perdiéndose en la oscuridad de la noche.  Yo... no pude.  Me sujetaron los brazos y las piernas y me violaron uno tras otro.  Grité e intenté resistirme hasta el quinto, luego... me dejé hacer.  Al número veinte, perdí la cuenta y la consciencia. Lo siguiente que recuerdo es que me desperté debajo de un arbol, con dolores de parto. El niño, pues era un varón, murió a las pocas horas.

Cerré los ojos, esperando morir..."

"Me desperté en una cama metálica, con sábanas blancas, como blancos eran los vestidos de las mujeres que me rodeaban. Me dijeron que un hombre me había traído hasta allí en una camioneta. Estaba en la misión católica. Allí permanecí varias semanas, hasta que pude sostenerme en pie. Entonces me mostraron el lugar donde habían enterrado a mi hijo. Habían puesto una cruz de madera en el lugar,  sobre un montón de piedras. Me arrojé al suelo y, entre sollozos, empecé a levantar las piedras, a horadar la tierra, buscando a mi hijo.  Dos mujeres me sujetaron, abrazándome. Cuando me serené, me preguntaron si quería que pusieran algún nombre. Negué con la cabeza".

"No me atreví a volver a mi aldea por temor a que me rechazaran por haber tenido sexo con los  otros. Me dabe mucha vergüenza. El padre Dieudonné me dejó quedarme en la misión. Allí hice limpieza, cociné, cuidé de enfermos y todo aquello en que pude ser útil..."

"Algunos años después tomé los hábitos.  Me pareció la mejor manera de agradecer a Dios el haber sobrevivido. Después de casi catorce años, me despierto a veces sobresaltada. Pero aquí estoy, haciendo lo que puedo, intentando ser útil. He atendido a muchos de los "otros".  A veces el corazón se me encoge cuando creo reconocer a alguno de aquellos hombres. Pero sigo adelante, adelante. Dios me protege en este país que parece una casa construida encima de un volcán. Hutus y watusi, todos hijos de Dios, todos hombres, todos africanos, todos iguales...Pero no, unos son los buenos y los otros, los malos, los bajos y los altos, como decimos aquí. Cualquier día, Dios no lo quiera, estallará el volcán y empezaremos....otra vez. Y entonces, que Dios nos asista".

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