Hoy ha hecho un tiempo fantástico en Bélgica. Y esa es una gema que hay que aprovechar. Comer en una terraza en Les Maroles, bajo la imponente mole del Palais de Justice (que he tenido el extraño privilegio de visitar cuando estaba cerrado, en una visita privada para Kikás, su esposa, la mía y un servidor) un 22 de marzo no es algo que se tiene muy a menudo. Y es que en Bélgica, el día que sale bueno, es un regalo del cielo. Eso sí, hemos tenido una comida movidita pues nos hemos mudado de mesa tres veces, siguiendo el sol, que a la sombra te quedabas más frio que una llave.
A la vuelta he tenido que parar varias decenas de veces en un paso de cebra para dejar pasar a los peatones y hay algo que me ha llamado la atención. Y es el contraste entre como cruzan en un paso de cebra los ancianos y los jóvenes.
Los ancianos cruzan el paso de cebra a la máxima velocidad que les permiten sus débiles músculos y su cansado corazón. Y cuando pasan, levantan la mano y sonríen para agradecer que les hayas dejado pasar. Te dan ganas de decir: "Tranquilo, abuelo, tranquilo, no se vaya usted a caer, hombre".
Los jóvenes cruzan el paso de cebra, lentamente, pausadamente. Y te desafían con la mirada, como para dejarte claro que sobre esas líneas blancas, EL PEATÓN ES EL JEFE.
Y me he preguntrado muchas veces por qué esto es así y he llegado a la siguiente conclusión:
El abuelo es consciente de que el automovilista detiene su vehículo en cumplimiento de una norma y no por gusto y que es precisamente el hecho de que el automovilista hace lo que debe hacer lo que permite que el peatón pueda ejercer su derecho. Por eso, agradece el gesto y pasa rápidamente, para premiar al automovilista por respetar tanto las normas de la circulación como el derecho del peatón.
El joven, sin embargo, piensa que su derecho es absoluto y solo depende de la norma. Por lo tanto, lo ejerce en la forma en que considera más oportuna, no tiene que darle las gracias al automovilista, porque al fin y al cabo, está haciendo aquello que la norma le impone. Y si le molesta, que se aguante.
Sería posible argumentar que ambas posturas son igualmente válidas desde el punto de vista del derecho, pero a mí, como automovilista y como ciudadano, me gustaría encontrar más personas como el anciano, y menos como el joven. A mí personalmente, me costaría menos cumplir con mi obligación. Y es que yo soy consciente de que cada vez que cumplo con mi obligación, creo un derecho y cada vez que ejerzo un derecho, creo una obligación. Siendo consciente de ello, puedo cumplir mis obligaciones con orgullo y ejercer mis derechos con agradecimiento.
A la vuelta he tenido que parar varias decenas de veces en un paso de cebra para dejar pasar a los peatones y hay algo que me ha llamado la atención. Y es el contraste entre como cruzan en un paso de cebra los ancianos y los jóvenes.
Los ancianos cruzan el paso de cebra a la máxima velocidad que les permiten sus débiles músculos y su cansado corazón. Y cuando pasan, levantan la mano y sonríen para agradecer que les hayas dejado pasar. Te dan ganas de decir: "Tranquilo, abuelo, tranquilo, no se vaya usted a caer, hombre".
Los jóvenes cruzan el paso de cebra, lentamente, pausadamente. Y te desafían con la mirada, como para dejarte claro que sobre esas líneas blancas, EL PEATÓN ES EL JEFE.
Y me he preguntrado muchas veces por qué esto es así y he llegado a la siguiente conclusión:
El abuelo es consciente de que el automovilista detiene su vehículo en cumplimiento de una norma y no por gusto y que es precisamente el hecho de que el automovilista hace lo que debe hacer lo que permite que el peatón pueda ejercer su derecho. Por eso, agradece el gesto y pasa rápidamente, para premiar al automovilista por respetar tanto las normas de la circulación como el derecho del peatón.
El joven, sin embargo, piensa que su derecho es absoluto y solo depende de la norma. Por lo tanto, lo ejerce en la forma en que considera más oportuna, no tiene que darle las gracias al automovilista, porque al fin y al cabo, está haciendo aquello que la norma le impone. Y si le molesta, que se aguante.
Sería posible argumentar que ambas posturas son igualmente válidas desde el punto de vista del derecho, pero a mí, como automovilista y como ciudadano, me gustaría encontrar más personas como el anciano, y menos como el joven. A mí personalmente, me costaría menos cumplir con mi obligación. Y es que yo soy consciente de que cada vez que cumplo con mi obligación, creo un derecho y cada vez que ejerzo un derecho, creo una obligación. Siendo consciente de ello, puedo cumplir mis obligaciones con orgullo y ejercer mis derechos con agradecimiento.