martes, 23 de septiembre de 2014

287. ¿Es España un país de mierda?

Una de las cosas que llama la atención cuando has pasado algún tiempo fuera de España y regresas a ella es lo sucio que está todo. Hay papeles, restos de comida y latas de refrescos (en particular, latas de "energy drink") por todas partes. Si caminas por una calle del centro de cualquier ciudad española, especialmente si la calle es peatonal, sorprende la cantidad de chicles pegados al suelo (parece que son muy difíciles de arrancar), cacas de perro y cristales (mi hija se hizo un corte en un dedo al intentar recoger un cristal para depositarlo en una papelera). Colillas, hay por todas partes. De las pintadas en las paredes y los arañazos en los cristales ni hablamos,  que no quiero ofender a ningún artista.

He dicho en varias ocasiones que no consiento que haya basura en los alrededores de mi casa (sería estúpido que lo hiciera pues eso disminuye el valor de mi propiedad). También he dicho que no espero a que el ayuntamiento haga algo sino que asumo mi responsabilidad.

Mientras estuve en Córdoba, hice exactamente lo mismo que hago en casa. Si tenía que esperar en la puerta de algún establecimiento a que abrieran, o iba dando un paseo, aprovechaba para recoger basura del suelo y depositarla en la papelera. Lo mismo hice en Madrid. En ambos casos, me gané miradas de incredulidad de quienes me vieron hacerlo y sólo una persona me dio las gracias... en inglés. Me imagino que la señora pensó que alguien que recoge basura del suelo sin que le paguen por ello tiene que ser extranjero por narices.

Esto me llevó a pensar en por qué los ciudadanos ensucian las calles y llegué a la conclusión de que para ser cívicos, los ciudadanos necesitan que las autoridades se pongan en el lugar de sus ciudadanos para entender por qué los papeles acaban en el suelo y no en la papelera.

Una de las razones por las que la gente arroja basura al suelo es porque es más fácil que arrojarla en la papelera, bien porque no encuentra una papelera o porque, cuando la encuentra, está llena. Una papelera llena es un síntoma de civismo ciudadano ya que decenas de ciudadanos se acercaron allí a tirar su basura hasta llenarla, quizá, dada la distancia habitual entre papeleras, desde cien o más metros. Está claro que aquí el problema no lo han causado los ciudadanos sino las autoridades que han colocado pocas papeleras en la zona, o demasiado pequeñas o no las recogen con suficiente frecuencia. Para que el ciudadano sea limpio es importante que ser limpio sea lo más cómodo posible. Para ello hay que poner más papeleras, especialmente en las zonas con mucho tránsito de personas, dichas papeleras tienen que ser grandes y hay que vaciarlas con más frecuencia.

Si hay cientos de colillas en el suelo es, entre otras cosas, porque nadie se ha preocupado de colocar un receptor de colillas señalizado en la zona. Fumar es un hábito pernicioso y auto destructivo pero, fuera de eso, el fumador medio no es necesariamente más sucio que el no fumador medio sino que, con frecuencia, nadie se preocupa de ponérselo fácil al fumador para que sea limpio. Si al lado de la papelera, o donde quiera que se espere que la gente fume (calles, plazas, estaciones de ferrocarril, paradas de autobús) hubiera suficientes receptores de colillas, habría menos colillas en el suelo. No faltará quien prefiera tirar la colilla a varios metros de distancia con tiro parabólico, pero cada vez serán menos y encontrarán menos comprensión.

Por último, las personas que diseñan los métodos de recogida de basuras tienen que usar el sentido común. En mi último viaje a Madrid encontré en el metro una servilleta y una botella de vidrio de refresco encima de un poyo al lado de una papelera. Me pregunté, como hago siempre, por qué esa persona dejó su basura ahí, teniendo una papelera al lado. Recogí la servilleta y la botella de vidrio y me dispuse a arrojarla a la papelera. Entonces lo entendí. En la papelera había un letrero que decía: "Basura orgánica". Encontré la papelera de papel cien metros más allá pero todavía no sabía que hacer con la botella de vidrio. Después de mirar por todas partes sin éxito y cuando ya estaba dispuesto a subir al vagón llevando conmigo la botella de vidrio que un desconocido había abandonado encima de un poyo, encontré, por casualidad, la papelera de envases donde arrojé la botella para, a continuación, saltar al vagón justo antes de que sonara la señal de partida. La situación fue digna de una película cómica, si no fuera porque es tan triste que quien diseñó ese sistema no sabe distinguir entre exigir civismo y obligar a los viajeros a hacer una gimcama cada vez que quieren tirar la basura. En el aeropuerto de Schiphol, Amsterdam, al menos, las tres papeleras estaban la una a lado de la otra.

La mayoría de los organismos encargados de la gestión de basuras, en lugar de simplificar la aportación del ciudadano en dicha gestión, la hacen cada vez más complicada y exigente, aumentando el número de tareas encargadas al ciudadano, sin compensación alguna y bajo amenaza de multa y, al mismo tiempo, presenta campañas publicitarias que son muchas veces un insulto al ciudadano, pues tratan por igual a sucios que a limpios y a cívicos que a incívicos. Ya va siendo hora de que las autoridades reconozcan que no se lo ponen fácil al ciudadano eso de ser cívico y que los ciudadanos, más que coacciones y campañas publicitarias, necesitan ser vistos no como individuos irresponsables y puercos a los que hay que corregir y educar sino como a personas que quieren hacer las cosas bien pero no lo tienen fácil. Ya va siendo hora de que los organismos de gestión de basuras dejen de encomendar a los ciudadanos tareas que son de su única competencia como la separación y simplifiquen la parte de la gestión de basuras que corresponde al ciudadano que es, básicamente, tirar la basura doméstica al contenedor y la basura ocasional a la papelera. El resto, que lo haga el ayuntamiento o el organismo en que el ayuntamiento delegue, que para eso se les paga.

Y, después de esto, o sea, después de que los poderes públicos hayan hecho su trabajo para que ser limpio sea fácil, podremos empezar a medio plazo, con las sanciones y las campañas de publicidad. Y a largo plazo, hablaremos de por qué nuestra forma de vida genera tanta basura, cuál es la responsabilidad de nuestra industria, nuestro sistema de distribución y nuestra manera de alimentarnos en la generación de tanta basura y cuál es el papel de la educación en el civismo ciudadano.

martes, 8 de julio de 2014

286. El viaje de ida.

Schiphol. Sentado, esperando el embarque. Un tipo grueso que habla inglés con acento americano se limpia los espacios interdentales con hilo dental mientras me mira desafiante. Desvío la mirada y vuelvo a mi lectura, no sin vigilar, de vez en cuando, los denodados esfuerzos higiénicos de mi vecino de enfrente. La siguiente ocasión en que me distraigo de la historia de escaladores que estoy leyendo (en holandés) es cuando la niña del señor grueso que habla inglés con acento americano y se limpia los dientes en público, en un movimiento brusco, derriba una maleta. Mis reflejos son rápidos y agarro el asa de la maleta justo a tiempo de impedir que caiga encima de mi vecina de al lado, una letona que vuelve a casa (el vuelo a Riga es el anterior al mío, he venido con tiempo). Mi vecino ha dejado de limpiarse los dientes. Estoy a punto de decirle que tiene un hilo en el regazo pero me muerdo la lengua a tiempo, al darme cuenta de que ese hilo es el mismo con el que se ha limpiado los dientes. Dos pensamientos me recorren la cabeza: uno, mi memoria a corto plazo ya no es lo que era, y dos, mi vecino me da un poco de asco.

Poco más tarde, mi vecino, el tipo grueso que habla inglés con acento americano y se limpia los espacios interdentales en público con hilo dental mientras mira desafiante y deja después el hilo en su regazo, se marcha con destino a Riga, con su mujer letona y sus dos hijas. Ahí se queda el hilo dental, en el suelo. En el lugar que ocupaban se sienta ahora una familia de colombianos. He reconocido su nacionalidad por el aspecto, la manera de moverse, el acento... y la camiseta de la selección colombiana con el nombre de James, que no se dice Yeims, sino James tal como se lee en español. Uno que es observador, vaya. Toda la familia disfrazada. Más allá, otra familia, esta vez de México (no dice "meksicou" como dicen los holandeses por contagio de los anglosajones sino que su x suena como "j y a mucha honra, que los españoles no saben escribir el nombre de mi país"). Entre los tres varones iniciamos una discusión (civilizada) sobre las opciones de Colombia para esa noche. Yo hago como me que interesa el balompié y les digo que Brasil parte con ventaja pues jugará con trece jugadores: los once del campo, la afición y la FIFA. El mexicano ríe y el colombiano me da la razón, con ese fatalismo tan latino. La familia colombiana, disfrazada de jugadores de la selección de balompié de Colombia, se perderá el partido frente a Brasil porque estarán volando justo en el momento en que se celebra el partido. Lástima.

Interesante el concepto de Iberia Express. Es como Ryanair pero sin empujar. Las aeromozas, como dice mi amigo Luis, ahora llamadas tecepés son mujeres jóvenes, lo que ya es una mejora importante. La última vez que volé con Iberia me atendió un azafato que había sido jugador de rugby con Arquitectura. No les digo más: casi no cabía en el pasillo.

Metro de Madrid. Me hago un lío para saber como funcionan las máquinas expendedoras de billetes. Antes de elegir la estación a la que quiero ir (Atocha Renfe) tengo que elegir la línea en la que está esta estación. ¿Y si no sé en qué línea está la estación a la que quiero ir? Los turistas tienen que pasarlas canutas para encontrar el camino. O eso o me estoy haciendo mayor.

Ya en el tren metropolitano, más colombianos disfrazados de jugadores de la selección colombiana de balompié. "Aupa Colombia", les digo. ¡En qué hora! Los cuatro se ponen a gritar: "Colombia, Colombia". Y una señora sentada enfrente de mí, también colombiana, les grita: "Cállense ya. ¿No vieron que me despertaron al bebé? Los colombianos se callan. Eso es autoridad. Enfrente de mí, una ecuatoriana con hipo. Y a la pobre no se le pasa. Me aguanto las ganas de darle un susto porque me puedo meter en un lío.

"Próxima estación: Vodafone Sol". *Amos, no me jodas. ¿Y Cibeles Bwin?

"Perdonen la molestia. Sólo pido una ayuda". Un chico le da un chicle. Está la cosa jodida.

Estación del tren "Puerta de Atocha". Observo a los viajeros que vienen y van. Una pareja de cordobeses discuten y corren porque llegan tarde. Él dice que la culpa es de ella. Ella se calla. O sea, que debe de ser verdad, porque una española que tiene razón no se calla ni debajo del agua. Me llama la atención que todo el mundo está muy serio. Parece que hace falta reunir a cinco personas para que empiecen a sonreír. De cuatro para abajo, tienen todos una cara de agobio que encoge el alma.

Me siento en mi plaza del tren. "Buenas tardes". Mi compañera de asiento, una *phonbie", enfrascada en su móvil, no me contesta.

"Perdone si no le doy conversación durante el viaje", le digo, "pero estoy leyendo un libro muy interesante sobre un grupo de escaladores que se reúnen quince años después de su última expedición, en la que la única mujer del grupo murió en circunstancias extrañas y uno que estaba enamorado de ella intenta averiguar qué fue lo que pasó". Me mira como las vacas al tren y vuelve a su Candy Crush. Creo que podemos perder otra generación.

Aquí en preferente las mujeres son más guapas y más elegantes. ¿O acaso pretendo hacerme sentir bien por haber tenido que pagar más por falta de plazas en turista? Una chica saca una caja de zapatos y le pide a su novio que se los pruebe de nuevo. Ella se los ha regalado.

- "¿Qué te parecen?", dice él.
- "A mí me gustan", dice ella.
- "Pues entonces será cuestión de acostumbrarse.
- ...
- "Gracias, *pisha".
- "De nada, *shosho".

- ¿Prensa?
- "Si, déme el Expansión, que me quiero hacer el interesante".
- "Yo también quiero el Expansión", dice mi compañera de asiento.
- "Ah, usted también quiere hacerse la interesante".
- "No, es que a mí me gusta la economía".
- "¡Qué interesante!"

Y después de este diálogo, digno de Billy Wilder (o por lo menos de Groucho Marx) y que podría haber sido el inicio de una gran conversación, ella abrió el Expansión y empezó a mirar las noticias. Yo hice lo propio pero mirándola de vez en cuando por el rabillo del ojo, para comprobar, sorprendido, que ella estaba leyendo ¡en mi periódico!, así que lo cierro y vuelvo a mis escaladores.

Me asusta menos el movimiento del avión cuando hay turbulencias que el de dos trenes de alta velocidad que se cruzan. Siempre me sobrecoge. Deberían haber construido las vías más separadas.

Como mi vecina no me da bola, dejo mi libro en la mesita plegable y me voy a tomar un café. En la cafetería hay un grupo de estudiantes que ha acabado con las existencias de alcohol del tren. Solo les falta pedir el botiquín y beberse el de desinfectar. Son más de cinco así que ríen con ganas. Uno de ellos está vestido de rosa. Para mí que el Orgullo tiene cada vez más de carnaval que de acto reivindicativo, de lo que me alegro mucho. La pareja que está a mi derecha toma un refresco con gesto serio. Es que son pocos.

En el periódico leo un chiste. Sentados en el salón de casa, el Duque de Palma y su esposa, la Infanta Cristina, tienen la siguiente conversación:
- "Al final, me van a pillar por el contable, como a Al Capone", dice Urdangarín", a lo que la Infanta responde: "¿Y qué le pasó a la señora de Capone?

Vuelvo a mi asiento. La chica ya se ha cansado del Candy Crush y está enviando mensajes de texto. Me parece que ya no sabe que hacer para no darme conversación. Pues nada, pues ahora me voy a leer la historia de una mujer española, hija del banquero Cabarrús, de la que se enamoró Tallien y que fue la causa de que ejecutaran a Robespierre, que trabó amistad con Josefina Napoleón y acabó siendo Princesa de Chimay. Y no le voy a contar nada. ¡Que se fastidie!

"Próxima estación, Córdoba". Miro a mi compañera de viaje, que ha vuelto al Candy Crush y me despido. "Adios, señorita. Ha sido un placer viajar con usted".

Al final de las escaleras mecánicas me espera mi familia. Un año es demasiado tiempo.

Les debo la vuelta.

martes, 24 de junio de 2014

285. Para llenar una bañera, lo primero es poner el tapón.

Me dice mi amigo A. que llevaba varios meses dándole vueltas a la idea de qué hacer para sacar un poco más de rentabilidad a los cuatro euros mal contados que ha conseguido ahorrar después de años de trabajo y sacrificios. Dice que mira habitualmente todos los sitios web de los cuatro bancos en que tiene cuenta corriente y que ninguno da más de un 1,5%, o sea, que si el depósito es de 10.000 euros, el rendimiento bruto máximo que obtiene es de 150 euros anuales, a lo que hay que descontar los impuestos del 21%, es decir, que obtiene 150*0,79=118,5 euros anuales. Dice también que en un banco le han ofrecido un fondo de inversión que ha producido una media del 4,5% de rendimiento en los últimos cinco años, pero él no se fía porque eso supone asumir un riesgo.

Y a base de mucho mirar y estudiar, se ha dado cuenta de que los gastos de tener abierta una cuenta corriente, con su tarjeta de débito, su banco en línea y su tarjeta de crédito es de 120 euros anuales de media y ha visto la luz. De repente, se ha dado cuenta de que si cierra tres de las cuatro cuentas corrientes que tiene y se queda sólo con una, los gastos anuales se reducen en 360 euros y, de repente, la "rentabilidad" anual de su dinero se cuadruplica. Es decir, igual que con el fondo de inversión, pero sin asumir riesgo alguno y libre de impuestos.

La rentabilidad del dinero que no gastas es siempre mayor que la del dinero que obtienes de la inversión ya que el Estado, de momento, grava el aumento de ingresos pero no la reducción de gastos.

La reducción de gastos tiene, por supuesto, un límite que es el mínimo básico para sobrevivir, pero muchas personas no son conscientes de que pueden reducir sus gastos sin que su nivel de vida sufra merma alguna.

Como decía mi abuela: "para llenar una bañera, lo primero es poner el tapón".

jueves, 12 de junio de 2014

284. El macho silencioso.

Dice Sindya N. Bhanoo en la sección de salud y ciencia del International New York Times de 4 de Junio de 2014 que en 2003 un cierto número de grillos machos dejaron de cantar en la isla de Kauai del archipiélago de Hawaii. Dos años más tarde, en 2005, ocurrió lo mismo en la isla de Oahu. Los científicos dicen que es un caso de evolución convergente y que es muy emocionante porque han observado esta evolución en el momento en que está ocurriendo en la naturaleza.

El Dr. Nathan Bailey, que es el autor del nuevo estudio y que es un biólogo de la Universidad de St. Andrews en el Reino Unido, dice que los grillos se han adaptado para ser menos vulnerables a una mosca parásita que es atraída por el sonido de los machos y cuyas larvas provocan la muerte de los grillos en menos de una semana.

El problema es que, los grillos que no cantan, no atraen a las hembras con tanta facilidad como los machos que sí cantan. Así que han aprendido a adaptar su comportamiento. Lo que hacen es quedarse al lado de los pocos machos que todavía cantan e interceptan a las hembras que se acercan.

Igualito que cuando estaba en la tuna.

Me imagino la conversación entre los grillos.

- Jimmy, toca Clavelitos, ya verás que bien.

Y pocas horas después, mientras las larvas de la mosca se comen al macho cantador, el macho silencioso, callado como una puta, se "come" a las hembras que acuden.

Hay cierto parecido entre esta evolución y la que estamos experimentando los machos de Homo sapiens. La evolución nos dice que es peligroso comportarse como nos hemos comportado desde que nos bajamos de los árboles. Así que nos quedamos al lado del macho alfa y mientras le van dando las tortas por pasarse de macho, los que somos medio pensionistas, consolamos a las hembras.

Bueno, así me lo han contado, más o menos.