jueves, 6 de mayo de 2010

185. Funcionarios que funcionan.

Cuando pasa, hay que decirlo.

Hoy tocaba renovar el Pasaporte. Bueno, no tocaba hoy. Debería haber tocado hace algunos meses, pero no lo he hecho hasta hoy.

Llego al Consulado y me recibe un guardia de seguridad con los ojos pesados  y el gesto serio: "deje sus objetos personales en la bandeja y ponga el resto en el escaner".  Me pide un documento de identidad, que le entrego y tras introducir mis datos en un ordenador me indica que pase.

- Gracias, que tenga un buen día.

Y levanta la cabeza y me mira con cara de sorpresa. Sonríe y me da las gracias. (No le debe de pasar mucho eso de que le deseen bien).


En la sala hay exactamente tres personas (lo que contrasta vívamente con el tropel que me encontré la última vez). El funcionario de la ventanilla, (el catalán del que hablé en mi entrada numero 85), relajado y amable me indica que suba al primer piso.


Arriba, la funcionaria con la que tengo la cita está aún ocupada, pero para que no tenga que esperar, me refiere a una compañera que me atiende inmediatamente. No solo lo hace puntualmente, sino eficaz y amablemente. Le doy las gracias y le digo que buena experiencia es encontrar gente amable y eficaz en la administración. Sonríe y dice que se alegra de oirlo y que para eso estamos.


Es interesante aprender que no toda la culpa de la mala atención del Consulado a los españoles residentes en Bélgica es de los funcionarios del Consulado de España en Bruselas, sino de los administrados.

Porque si haces una cita para renovar el pasaporte fuera de los periodos punta (antes de vacaciones de Navidad, grandes puentes, Semana Santa o verano) y acudes a la cita llevando TODOS los documentos que necesitas, todo va sobre ruedas. Pero si llegas a la ventanilla sin la partida de nacimiento,  te quejas de todo, insultas al funcionario, te cagas en la madre que paríó a la puta España y lo haces todo quince días antes de tus vacaciones de verano cuando tu pasaporte caducó hace seis meses pues entonces tienes que ponerte en la cola a las seis de la mañana, te encuentras un follón de narices, tienes que volver varias veces y los funcionarios son hoscos y lentos.

Eso sí, no vendría mal que el consulado tuviese una sala de espera un poquito más grande.

martes, 4 de mayo de 2010

184. Violencia doméstica.

Luisa y Juan se conocieron en Madrid, en una reunión de antiguos alumnos del IESE, se enamoraron perdidamente y se casaron.  Ambos tenían éxito profesional, disfrutaban de buenos ingresos y la vida les sonreía. Juan, sevillano de Utrera, tenía una empresa en Sevilla y Luisa, natural de Girona, trabajaba en Londres. Para poder verse, alquilaron un apartamentito en Madrid en la plaza de Manuel Becerra, 14, atico B. Cada lunes Juan volaba a Londres y Luisa se iba con el tren a Sevilla, y los dos volvían a Madrid el viernes por la noche para pasar el fin de semana juntos.  La primavera de 2001, con el mejor tiempo que se recuerda en Madrid, tomando vino en la terraza para después dormir en una colchoneta hinchable bajo la atenta mirada de las estrellas, les pareció el mismo paraíso.

Y entonces Luisa se quedó embarazada.

Luisa y Juan decidieron entonces que era mejor que Luisa no viajase tanto y que se quedase en Londres. A los siete meses de embarazo, volvieron a Sevilla (en tren, haciendo escala en París y Madrid). A Juan le hacía ilusión que su hija naciera en Sevilla y a Luisa le hacía gracia la idea. En diciembre de 2001, nacío una niña a la que llamaron Estrella, pues "bajo las estrellas la fabricamos", se decían entre risas.

Y entonces vino la discusión sobre quien iba a renunciar a su carrera profesional para ocuparse de la niña. Y decidieron que como la vida en Londres es muy cara y la empresa de Juan iba viento en popa, sería mejor que Luisa se quedara en Sevilla y ya encontraría algo allí.


Siete años después, la empresa de Juan capeaba con dificultad la crisis económica. Luisa no había vuelto trabajar desde el nacimiento de Estrella. Se pasaba el día quejándose de que dejar su carrera en Citibank había sido "la estupidez más grande del mundo".  Juan la trataba con desprecio y solía volver tarde a casa, a veces oliendo a alcohol.  Una noche que volvió tarde, Luisa le montó un escándalo. Juan le dijo que se callara. "¿Que me calle, me cago en tus muertos?"

Y entonces ocurrió.

Juan le dió una bofetada a Juana. Aturdida, se levantó y salió corriendo a la calle. Paseó sin rumbo fijo, hablando en voz alta consigo misma. Tras una hora de aspavientos salpicados con juramentos, decidió volver a casa, ¿a donde iba a ir si no?. Eso sí, se prometió que sería la última vez que Juan le pondría la mano encima. Al llegar a casa, Juan estaba en el salón, viendo la tele. Sin decir nada, se fue a la cocina y se preparó un bocadillo, pues el paseo le había abierto el apetito. Juan fue a la cocina:

- ¿Donde coño has estado?
 - ¿Por ahí?

Juan estaba calentito.


- Oye, tú no me contestas así.
- Vete a la mierda, dijo



Entonces Juan le dio una colleja. Luisa agarró el cuchillo de la carne y volviéndose le atravesó el pecho a Juan.


Los dos se miraron con cara de sorpresa. Entonces Luisa reaccionó y le asestó tres puñaladas más que Juan aguantó de pie. A la quinta , cayó al suelo, en un charco de sangre. Moriría pocos minutos después. Luisa se duchó, se cambió de ropa, despertó y vistió a los niños y los llevó a casa de una amiga. Una hora después, se presentó en la Comisaría de Policía del distrito de Nervión, para entregarse.

Ahora llamen Luis a Luisa y Juana a Juan y díganme si la historia les hace sentir lo mismo.